Las mujeres de Gatina y Maramba se desloman una media de doce horas al día recogiendo té, agachadas, medio agazapadas entre el verde intenso de sus arbustos. Y todo ello, por un euro y medio al día. Y como es lógico, además son madres y amas de casa, que cuidan de sus hijos, de su casa – su humilde choza en muchos casos, pero al fin y al cabo, su hogar-, que van a recoger agua y al mercado, que cocinan, y hacen equilibrios para alimentar a una prole numerosa que en multitud de casos no sólo incluye a los hijos, sino a sobrinos y a otros parientes lejanos.
Y todo esto, en muchos casos lo hacen solas. Nos extraña. No hay hombres. No vemos hombres, ni en las áreas de plantaciones que rodean a Limuru ni en los poblados. Descubrimos que la mayoría se han ido. “La recolección del té es una tarea laboriosa”-nos dicen desde la gente de Kimlea hasta el propio capataz de Gatina,-“y los hombres raramente aguantan, no tienen paciencia”-. "Simplemente se han ido" –nos repiten-, "a Nairobi, a Tigoni…" dónde sea, a buscarse la vida. Y la cruda realidad es que la mayoría ya no volverán. Y de los que vuelvan, es posible que alguno traiga el sida en la mochila y aproveche la estancia en casa para propinar algún palo a su mujer y a sus hijos. Es cruel, es duro, pero es cierto.
Es difícil expresar lo que uno siente enfrente de estas valientes mujeres que, fuertes y luchadoras, soportan todo tipo de calamidades y encima sacan fuerzas para sonreír al mzungu, para bromear entre ellas, para volver a empezar mañana.
Decía Ryszard Kapuscinski en su obra Ébano que si África se sostiene, es gracias a las mujeres. Y no ha duda. Consciente de ello, Kimlea Girls’ Technical Training Centree, en su objetivo de elevar las condiciones de vida de la zona, y en particular de las mujeres y los niños, se esfuerza en dotar a sus alumnas, todas ellas, niñas de las plantaciones, de las habilidades necesarias que les permitan optar a un futuro distinto.
En Kimlea aprenden desde inglés, costura, cocina, labores domésticas, contabilidad e informática básicas a cómo montar y dirigir un pequeño negocio. Además, dentro del Outreach programm, los sábados se imparten clases para las madres y todas aquellas mujeres que no pueden acudir a diario. Aún recuerdo el orgullo con el que Mary, una de las niñas de Gatina y alumna del centro, me enseñaba sus labores de punto y me contaba que su sueño era el de, al acabar el curso, comprar un pequeño hornillo para cocinar pasteles y tartas. "Así podré ayudar a mi madre con los pequeños" -me decía-.
Se trata de darles una alternativa, en definitiva, de romper el círculo de la pobreza.
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